Ese cambio de esencia tan necesario

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ÁNGEL BONET

Una empresa tiene, en su esencia, el principio de ser útil, de cubrir una necesidad de la gente. Por supuesto que la empresa ha de generar una rentabilidad económica para el propietario, eso también está en su esencia y no solo es completamente lícito, sino imprescindible. Pero también ha de crear unas condiciones que procuren formas dignas de ganarse la vida y proporcionar una serie de productos o servicios que supongan una mejora para otros ciudadanos y su entorno. Tiene la obligación de crear una huella positiva para su entorno; una huella que genere confianza, progreso; lo que conocemos como crear valor. Sin embargo, sobre todo en las últimas décadas, este concepto original se ha desvirtuado por la aparición de un modelo de empresa que tiene, en su esencia y como única finalidad, ganar dinero; son empresas que no ofrecen un producto, un servicio a la sociedad y que son puramente especulativas. Este fenómeno ha distorsionado, en gran medida, la identidad del resto de compañías, que se ven arrastradas por ese mensaje exclusivo de ganar dinero y nada más, colocándolo en la razón de todo proyecto empresarial.

La clave, sin embargo, está en que “toda empresa es un ejercicio de imaginación”. Y esa es una cualidad puramente humana. Y el ser humano está ligado al mundo en el que vive; por lo tanto es lógico decir que hay que preservar el mundo. Trabajar por un cambio constructivo, comprometido, real.

Precisamente por esto, el objetivo de todo emprendedor y empresario debe ser la trascendencia, tanto o más que la rentabilidad económica.

Porque apartar la mirada del objetivo de ser útil a la gente, al mundo, ha propiciado una actitud tan egoísta por parte de la élite económica, que ha generado una profundísima brecha social. Una brecha que tiene la consecuencia directa, por un lado, de haber creado la pésima imagen que tienen los empresarios ante el conjunto de la sociedad y, por otro, de estar aniquilando -de facto- a gran parte de nuestros propios clientes potenciales, en un ejercicio de ceguera empresarial.

Esta situación, entre otras, explica la extinción de tantas empresas en sus primeros años de vida. Al principio, el emprendedor y la familia se sienten implicados en la responsabilidad social del proyecto, pero, a medida que van generando rentabilidad, la ambición o la comodidad van minando los cimientos del proyecto.

Debemos ser conscientes, al fin de cuentas, de que nuestro mundo, tal y como lo conocíamos, ya no existe. Da igual que nos resistamos a los cambios. Los cambios ya están aquí. Y hay que estar atentos a ellos. Tenemos que saber interpretar esos cambios, asumirlos y, si es posible, adelantarnos a ellos, porque “formamos parte de ese mundo”, que impone nuevas reglas, que ha tomado conciencia de sí mismo como nunca antes lo había hecho.

Los nuevos consumidores millennials, quieren un nuevo tipo de empresas, más comprometida con la sociedad y el medio ambiente. Y los nuevos competidores, también millennials las crean. Por lo tanto, el riesgo de aniquilar la vieja economía es enorme.

Esta es desde mi punto de vista la mayor revolución que podría proporcionar el SXXI. Una transformación del modelo empresarial, no solo necesaria, sino imprescindible para la supervivencia de las actuales empresas.


ÁNGEL BONET. Socio, Minsait by Indra.
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